Nuevas formas de producción, nuevas realidades
Por María Eugenia Comerci
La argentina rural, en los
últimos veinte años, ha sido testigo de una serie de cambios en la estructura
social y productiva. Estos procesos se vinculan directamente con las nuevas
valorizaciones de los recursos naturales asociadas con el avance del
capitalismo sobre la rica y diversa producción familiar. La penetración del
capital en la Argentina en las últimas décadas supone la expansión de la
agricultura por contrato, los pools
de siembra y las grandes inversiones extranjeras en los espacios rurales
asociadas con actividades agropecuarias, hidrocarburíferas y con la
mega-minería. Estas asociaciones expresan lógicas territoriales empresariales,
guiadas por la búsqueda de ganancia en el corto plazo. Así, regiones con una
organización preexistente campesina y/o indígena como el oeste de La Pampa, se
han valorizado y empiezan a recibir distintas presiones.
La novedad
modifica las tramas sociales lo que deviene, en algunos casos, en procesos de expulsión
de productores familiares a menudo poseedores de tierras fiscales o privadas y
aparceros precarios. Ante la revalorización de amplios espacios del país
puestos en producción para la exportación, se ha expandido la frontera ganadera, el negocio inmobiliario, la actividad turística
y el impulso hidrocarburífero, siendo el oeste de La Pampa un espacio atractivo
para el desarrollo de estas inversiones. En este marco, están creciendo las
disputas por el uso y la apropiación de los recursos naturales.
Sin
embargo, las situaciones de despojo en el oeste de La Pampa, lejos de ser
recientes, tienen una raíz histórica asociada con el mismo proceso de
construcción de este territorio, el exterminio de los pueblos originarios, la mercantilización
y la concentración de las tierras. Además, la región también sufrió, mediados
de siglo XX, el despojo de sus recursos hídricos vitales, lo que ha imposibilitado
el uso y manejo del agua, y con ello, de la vida. A esta secuencia de despojos
se suman, en los últimos veinte años, los conflictos por el acceso a los
recursos del monte, la apropiación de los mismos y el avance de la actividad
hidrocarburífera con las nuevas dinámicas territoriales que la actividad
conlleva.
Ante la fuerte demanda de tierras
para la ganadería dada la valorización de la zona núcleo agrícola, se produjo
un aumento de los precios que sedujo el ingreso de agentes no agrarios al
espacio rural. Estos procesos, unidos al avance del modo de vida urbano, están
redefiniendo hoy las prácticas productivas de los puesteros y alterando sus tradiciones. De este modo, cambia la organización espacial
del oeste pampeano asociada al uso del “monte abierto” y se ponen en tensión
distintas formas de producir. A estos procesos se suma la permanente seducción
que produce la vida urbana y lo que llamamos “doble residencia”
(puesto/pueblo), que supone un gradual abandono de la producción caprina, una actividad
socialmente femenina y el traslado definitivo de toda la familia al pueblo.
Estos
procesos pueden devenir en una “descomposición” de las
unidades domésticas, ya que en las nuevas realidades no existe trabajo para todos los miembros
del grupo. Por otro lado, es preocupante la tenencia precaria de la tierra que
ejercen muchas familias y la presión que se está generando ante el avance de la
frontera ganadera y petrolera.
Otros problemas se asocian con la
comercialización del ganado y las artesanías, ante la atomización de los
productores y la demanda concentrada y estacional que dan como resultado
productos subvaluados, con discontinuidad en la compra; o bien exigencias en
calidad y cantidad que no siempre pueden ser atendidas por los puesteros/as y
artesanos/as. Otro obstáculo es la necesidad de abastecerse de productos de
consumo no obtenibles en el puesto, que a menudo son vendidos por ambulantes
con altos sobreprecios. Además las grandes dificultades en las vías de
comunicación y el acceso a los medios de transporte repercuten en altos costos
en movilidad y fletes. Si bien es cierto que en los últimos diez años, la incorporación
de ingresos fijos a las unidades productivas desde el estado, mediante
pensiones, jubilaciones, asignaciones universales, subsidios a la producción y
demás transferencias sociales, ha reducido el riesgo de abandono de las
explotaciones, aun no es suficiente para garantizarlo.
En este marco, y en un
conflictivo escenario ante la revalorización del espacio: ¿de qué depende el futuro de los pobladores del oeste de La Pampa? Sin dudas hay una
cuota de responsabilidad en la capacidad de lucha y resistencia de los grupos
domésticos, pero es fundamental la toma de decisiones políticas.
Los
puesteros tienen a favor la
disponibilidad de mano de obra familiar, el compromiso de los integrantes del
grupo doméstico con las tareas de la unidad productiva y la existencia de
lógicas tendientes a la supervivencia del grupo. Ello posibilitó en el pasado,
la generación de distintas actividades ganaderas, artesanales y de
caza-recolección dentro del “monte abierto”, espacio vital que proveyó de
alimentos, insumos e ingresos extras a los grupos.
La reproducción de saberes
transmitidos de generación en generación ha facilitado la supervivencia en
estos duros ambientes semidesérticos. Los escasos costos de producción,
combinados con un reducido y austero consumo doméstico, junto con flexibles los
sistemas de intercambio, han permitido entrelazar fuertes lazos comunitarios
entre familiares, vecinos, comerciantes, religiosos y técnicos. Estas redes,
especialmente en momentos de crisis, posibilitaron la generación de mecanismos
de colaboración, ayuda mutua y reciprocidad. Vínculos que unidos a un modo de
vida relativamente común y a la posesión de la tierra, permitieron un uso
“compartido” de los espacios de pastoreo, que hoy se disputan con agentes
empresariales. Más allá de los esfuerzos realizados, el estado deberá
intervenir más profundamente en este espacio si se quiere impedir un nuevo
despojo a una zona que ya ha sufrido demasiados.
Fuente: Revista Primero de Octubre N179, CPE, Marzo de 2014.
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