Por María Eugenia Comerci
Los sujetos sociales, en la cotidianidad, producimos espacios
y lugares, territorios y regiones. Tanto el espacio como
el tiempo y las representaciones que giran en torno a los mismos, son
construcciones sociales históricamente definidas, y por ello, cambiantes y
dinámicas.
Lejos de ser “natural” la estructuración espacial del territorio
pampeano, es el resultado de prácticas puestas en acción por diferentes sujetos
que expresan cierta intencionalidad y suponen relaciones sociales asimétricas.
Como
nos enseña David Harvey: “la forma en que el espacio y el tiempo se
determinan entre sí está íntimamente vinculada a las estructuras de poder y a
las relaciones sociales, a los particulares modos de producción y consumo que
existen en una sociedad dada. Por lo tanto, la determinación de lo que es el
tiempo y el espacio no es políticamente neutral sino que está políticamente
incrustada en ciertas estructuras de relaciones de poder. Considerar una
versión del espacio y tiempo como “natural” significa aceptar el orden social
que los corporifica como “naturales”, por lo tanto incapaces de cambiar”
(1994: 3-4).
En este marco, los grupos dominantes intentan imponer sus particulares concepciones de tiempo
y de espacio al resto de la sociedad, que a su vez es portadora de propias representaciones. De modo que
coexisten, en la complejidad social, diversas
territorialidades y temporalidades. Así, por ejemplo en el territorio indígena del
centro de Argentina, antes de las campañas militares de 1879, la espacialidad
visible y material del concebido “desierto”, se definía por las rastrilladas
que unían tolderías, lagunas, surgentes, salinas y cerros en extensos campos
abiertos. Los espacios vividos se representaban en el arte rupestre, que
expresaban distintas percepciones y diversos sentidos otorgados por la gente. Los
tiempos se regían según los ciclos naturales y las creencias de los
originarios. Los recorridos que realizaban en busca
de ganado -lejos de ser anárquicos e irracionales-, conformaban ciclos que unían
lugares con aguadas y se respetaban los tiempos reproductivos de las presas.
Esta concepción témporo-espacial fue alterada con la
construcción del nuevo orden que impuso el estado nación en el denominado
“Territorio de la Pampa Central ”.
En el año 1882, el espacio comenzó a ser mensurado, amojonado
y dividido en departamentos, fracciones, secciones y lotes, administrados por
un comisario de policía y un juez de paz. Así, desde la lógica occidental y moderna, durante el siglo XIX, en plena
expansión del positivismo, el Territorio de la Pampa Central se fragmentó y
cuantificó; el espacio se compartimentó en regiones claramente delimitadas y
descriptas, contenedoras de recursos y poblaciones.
En este contexto, “lo espacial” adquirió suma
importancia para el estado nación y se volvió susceptible de ser transformado,
ordenado y mercantilizado. En el caso del oeste pampeano, el territorio se
racionalizó desde la lógica occidental-moderna y se lo representó en una
cartografía que, al servicio del nuevo orden dominante, reproducía los recursos
naturales viables de explotación o los titulares registrales, ausentes y
distantes “nuevos” propietarios de la tierra. Este espacio rápidamente
entró en la dinámica del mercado y se inició un proceso de
transacciones de compra y venta de tierra, pero la zona no se presentó, en
general, como un área atractiva para la radicación de los titulares registrales
ni para la realización de grandes inversiones.
Mientras tanto los puesteros y las puesteras se asentaban con sus
familias en agudas naturales o en las cercanías de los ríos. Con propias lógicas
espacio-temporales sustentaron la existencia con la cría de ganado y, en
algunos casos, con el aporte del trabajo estacional. La
ausencia de alambrado en los campos permitía, además, la generación de ingresos
extra por medio de la caza y la recolección de especies del monte para la
elaboración de utensilios y aperos.En la actualidad, en pleno avance de la frontera
agropecuaria hacia la pampa árida, diversos sujetos sociales se hacen presentes
en el oeste mediante el trazado de alambrado, el corte de caminos, la
sobrecarga de los campos con vacunos y la realización de perforaciones en busca
de petróleo y gas natural. Las manifiestas transformaciones en el espacio concebido-vivido
y los nuevos tiempos de estos agentes están entrando en conflicto con los de
los puesteros alterando sus estrategias de vida y redefiniendo sus
espacialidades. Así, la diversidad de espacios y de tiempos a los que
Harvey se refiere, implica diferentes modos de concepción del mundo, distintas
maneras de producir territorios, de allí la importancia de los estudios
geográficos e históricos en la visibilización de esos otros espacios y tiempos que posibilitan la construcción de territorios
alternativos.
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